La Casa De Muñecas

La Casa De Muñecas

La compré en una tienda de antigüedades porque me fascinó su 
desmesurada ambición por la miniatura. Cada habitación era 
de una riqueza maniática, pues en los baños se veían los tubos 
abiertos de pasta de dientes, sobre las mesas se deshojaban 
cuadernos garabateados con letras minúsculas y en la cocina 
distinguí una alacena colmada de botes y conservas con 
etiquetas miniadas por un artista demente. Pero lo más 
asombroso fue descubrir otra casa de muñecas dentro de la 
casa de muñecas, minuciosamente decorada como una 
pesadilla. Lo único que me chocaba era la infinita tristeza de 
las figuras que la habitaban. Me la llevé a casa y la instalé en 
mi dormitorio, sobre la mesa de caoba maciza. Aquella noche 
me despertó una luz asmática y di un salto tremendo cuando 
advertí que el resplandor provenía de la casa de muñecas. Corrí 
hasta la mesa de caoba y contemplé aterrado cómo brillaba el 
interior de la diminuta casa de muñecas que estaba dentro de 
la casa de muñecas, mientras todas las figuras de la casa 
corrían hacia la habitación maldita. No me di cuenta cuando 
entraron en mi cuarto. La policía ha levantado el cadáver y 
busca en vano pistas por el suelo. Sin embargo, nadie ha 
reparado en la nueva habitación de la casa de muñecas. La 
figura no me hace justicia, pero la mesa de caoba es igualita.



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