La Silla Eléctrica

La Silla Eléctrica 

Cuando me comunicaron la fecha funesta se apoderó de mí la angustia de los sentenciados, y desde entonces sólo pienso en el dolor, el ruido y la luz. Si el trámite fuera indoloro miraría desafiante a mi verdugo, pero el pánico me paralizará cuando
contemple la obscena exhibición de sus instrumentos de
tortura. Por eso debo conservar la escasa dignidad que me
queda, porque no quiero que los demás condenados se
consuelen con mi cobardía. ¿Qué importa lo que ocurra una
vez que me siente en la silla maldita? Podré llorar, podré
maldecir y hasta cagarme en la silla de los cojones, porque esos
matarifes son muy escrupulosos con la limpieza. Pero en el
corredor de la muerte no puedo permitirme ser débil, ya que
aunque nos miremos distantes de reojo, por dentro todos
pensamos en el dolor, el ruido y la luz. Tengo miedo, quiero
huir y hago secretos propósitos de enmienda, pero todo es inútil
porque dentro de un año estaré de nuevo aquí: en la consulta
del dentista.



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