No Hay Que Hablar Con Extraños
Así me decía siempre mamá, pero Agustín no era
un extraño
porque todos los días me ofrecía caramelos a la salida del colegio.
Además, cada vez que me llevaba a su taller me regalaba muñecas. Muy bueno era
Agustín, me hacía cariñitos. Mamá me contaba
historias bien feas de niñas que se perdían porque se las robaban las gitanas o
el hombre de la bolsa. Yo sabía que las gitanas se llevaban a las niñas para
obligarlas a vender flores, pero nunca supe qué te hacía el hombre de la bolsa.
Con Agustín yo juego a que me toca y yo lo toco, y siempre gano pues al final
no se puede aguantar. Mamá es una miedosa porque dice que si hablo con extraños
seguro que no me vuelve a ver. En el taller de Agustín hay muchas cosas que
cortan y queman y pinchan. También tiene un avión desarmado que un día servirá
para volar e irnos de viaje. Por eso me puso el pañuelo mágico en la nariz,
porque los aviones marean y tengo que acostumbrarme. Después ya no me acuerdo
de nada: una colonia bien fuerte, un sueño como regresando de la playa y muchas
cosas que cortan y queman y pinchan. A veces salgo del taller de Agustín y
vuelvo al colegio porque ahora nadie me llama la atención. Me gusta hacer lo
que quiero y caminar de noche, pero me da pena mamá, siempre mirando triste por
la ventana. Le hablo y no me hace caso y entonces vuelvo al taller con mis
juguetes de niebla. Seguro que si Agustín no fuera un extraño mamá me volvería
a ver.
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